domingo, 26 de febrero de 2017

La Tormenta

Hace meses que las señales del mal presagio se hacían notar. El sol se había olvidado de brillar mientras que las nubes teñían el cielo anunciando una época de eclipse vital. El viento susurraba a mis oídos en una lengua invisible que no estaba preparado para aquello que estaba a punto de pasar.

Llegó el día en que el día se hizo noche y las noches desvelos, donde los fantasmas y miedos eran mi mejor compañía. El viento dejó de ser un susurro y se convirtió en tifón, dispuesto a arrasar con todo a mi alrededor. Dejé de vivir una calma tensa para intentar sobrevivir a esta tormenta que parecía no tener fin.

No había sitio seguro ni lugar donde esconderse. La tormenta me buscaba allá donde me intentase esconder. Las sombras se hacían cada vez más grandes. Más oscuras. Mientras nuevas heridas se abrían en mi cuerpo, las cicatrices del pasado que pensé que había dejado atrás volvían para recordarme que todavía seguían ahí.

Las hojas del calendario pasaban lentamente mientras intentaba sacar fuerza de flaqueza, tirar de raza y frenar el viento con mi pecho, parando los golpes con toda la fuerza que tenía. Y sobreviví.

Las nubes desaparecían lentamente en el horizonte, llevándose consigo gran parte de mi fuerza y energía, mientras un tímido sol me regalaba un tímido arcoiris. Cansado y agotado, mis piernas temblaban y las heridas seguían abiertas. Aun así intentaba sonreír pensando que lo peor había pasado y todavía seguía de pie.

Ahora que la tormenta ha pasado... Toca seguir.


viernes, 16 de septiembre de 2016

La estatua que se movió

Un corazón que hace tiempo dejó de suspirar. Esos ojos que una vez anhelaron ver la luz de la esperanza perdieron su brillo sin remedio. Los años de infructuosa búsqueda por encontrar el amor en un mundo lleno de horror y decadencia convirtieron al ser más bello de la creación en una fría estatua de piedra. Cansado de perseguir sus sueños, su tierna piel se convirtió en roca mientras que si fino pelo se endurecía tanto como lo hizo finalmente su corazón. Durante años esta escultura permanecía lejos de la civilización escondida en la profundidad de un inhóspito bosque. La Naturaleza y el Tiempo la envolvieron en un mosaico de maleza, ramas y hojas, ocultando todavía más la belleza que una vez fue.

A pesar de ello un hálito de esperanza aun brillaba tenuemente en su interior, esperando que aquel a quien anhelaba, ese quien se haría llamar su Guardian aparecería al fin para arroparlo en sus protectores brazos y cuidar de su frágil existencia hasta el último de los días. Pero el Destino parecía privarle de cumplir sus sueños, y nadie parecía llegar a buscarle.

Un día, las grises nubes se agruparon a admirar la aun visible belleza de la historia. Quizás conocedoras de su historia y su triste desenlace se agruparon hasta sumir en la oscuridad el bosque. la lluvia parecía llorar las desdichas que la triste esfigie no podía derramar. Días y noches sin cesar las gotas de agua caían como un torrente sobre toda la arboleda. La fuerte tormenta no paró de rugir y tronar hasta devolverle la dignidad al bello ángel, liberándole de sus ataduras y dejándola libre de las enredaderas que la envolvían.

El ángel, conmovido y admirado por la fuerza de las nubes empezó a despertar de su letargo. Incluso los días más grises pueden hacernos brillar. Ese hálito que brillaba de esperanza en su eterna e infructuosa espera se transformó en una semilla por encontrar su lugar en el mundo, por compartir su luz y cambiar las cosas, en lugar de esperar que el mundo se adaptara a sus sueños, al igual que la lluvia había movido los obstáculos para conseguir aquello que querían, él sería fuerza. La fuerza que movería al mundo.

Esa nueva determinación hizo que la sangre volviera a bombear su corazón dormido, y poco a poco la cáscara de piedra que lo envolvía empezó a caer. Sus músculos dormidos despertaban de su letargo y sus alas se volvieron a desplegar. Una brillante luz se alzó hacia el cielo, indicando al mundo que finalmente estaba listo para volver a luchar por sus sueños...


jueves, 8 de septiembre de 2016

Acordes del Pasado

Dedos que rasgan la vieja guitarra, haciendo que la hueca madera resuene con las embrujadas melodías del sur. Ojos acostados en un rostro que han visto tanto como para que se le caiga el pelo, y a pesar de ello todavía persiste su mirada de niño que se maravilla con curiosidad y admiración del mundo desconocido que le rodea. Mente sencilla que solo sirve para memorizar canciones y corazón humilde escondido en su esculpido cuerpo decorado por innumerables tatuajes, que únicamente sabe sentir al máximo los acordes de su guitarra y amar hasta olvidar su nombre o el de los que una vez fueron sus pilares. Estos son los atributos de una persona que una vez fue alguien a que no sería capaz de perder.

Aun recuerdo las canciones compartidas y los cigarros en la ventana, cargados de humo y de confesiones. Noches de series o de creaciones culinarias, bromeando con abrir nuestro propio restaurante o de convertir mi casa en un hogar para los dos. Memorias de un pasado cercano en el calendario y al mismo tiempo tan lejano como que pertenece a una era distinta. Otros tiempos que ya no considero mejores sino simplemente buenos. Un pasado que no quiero olvidar pero al que tampoco me interesa volver que ahora se me antoja tan vacío como los marcos que todavía cuelgan de la pared.

Quizás el reloj de la pared vuelva a ponerse en marcha para retomar nuestra amistad o tal vez no. El destino y el tiempo son siempre inciertos. Caminos se separan y cuerdas de guitarra que se tensan. Mientras escribo estas líneas sin ningún tipo de rencor o enfado, en mi mente vuelven a sonar los acordes de tu canción y tu voz cantando sobre ellas, desvaneciéndose paulatinamente en el espacio...

martes, 30 de agosto de 2016

Mañanas con Cinco Sentidos

El sol de la mañana acariciaba suavemente mis párpados, que se abrían tímidamente ante el cálido saludo de sus rayos de sol. En un gesto casi rutinario, mis manos buscaban la complicidad de la piel ajena, pero mi cama albergaba la mitad de sus huéspedes habituales. El olor del café recién hecho entraba en mis fosas nasales, justificando el vacío de la cama.

Decidí levantarme en busca de un sorbo de esos labios que imaginaba ya con sabor de cappuchino siguiendo esta vez el leve tarareo de una tonada que me resultaba familiar. Mientras restregaba mis ojos intentando borrar el sueño de ellos mis pies notaban el frío del parquet con cada paso, que aun no se habían dado cuenta de que las horas de descanso ya llegaron a su fin.

En cuanto mis ojos finalmente estaban listos para ver, fue mi respiración la que decidió parar un segundo. Ahí estabas tú, distraída en tu rutina mañanera, vestida con tu pijama blanco y pantalón corto, con ese pelo recogido tan de faena que tan bien te sienta preparándote el desayuno. Natural, cotidiano y a la vez tan sensual... Creo que nunca me acostumbraré a que seas tan extremadamente sensual...

Debiste notarte observada, porque tus ojos se encontraron con los míos, y en tus labios formaron una amplia sonrisa que llenó la habitación. Viendo mi cara de estupefacción, me devolviste una mirada burlona y "buenos días", tal casual y trivial como lo sería cualquier domingo por la mañana. Me conformo con tan poco...

Y es que cada día es especial, cada momento cuenta, solo hay que vivirlo con los cinco sentidos... y hacer que cada día cuente.

jueves, 25 de agosto de 2016

El Daruma blanco

Varias leyendas corren acerca de esa misteriosa figura llamada Daruma. Proveniente de las lejanas tierras del Japón, este ídolo que adora muchas casas alrededor del mundo se inspiran en Bodhidaharma, un afamado budista proveniente de la India.

Las viejas leyendas cuentan que sus pasos le llevaron a China, donde permaneció nueve años meditando en el mismo lugar, en la misma roca. Su pasión y devoción le llevaron a arrancarse los párpados, para evitar que la somnolencia atacase sus sentidos. A su mente, clara en su objetivo, poco le importaron que sus brazos y piernas se secaran de la inmovilidad, o que su manto rojo prácticamente se convirtiera en su segunda piel mientras que su cara se poblaba incansablemente de vello, donde sus cejas y su barba se fundieron en una mata de pelo que le cubría el rostro. Bodhidharma, que así se llamaba este célebre monje, se convirtió en leyenda gracias a su motivación y su virtud incansable por perseguir aquello que buscaba.

Siglos más tarde, Bodhidharma se transformó en Daruma, el icono de aquellos que deciden confiar en él para perseguir sus sueños. Dicen que el rojo de su manto y una de las cuencas de sus ojos pintadas recuerdan al fiel que aun no ha cumplido aquello que tanto anhelaba y que aun queda para cumplir sus objetivos.

Mi Daruma viste desde principios de año con un manto blanco. El manto del equilibrio rezando porque por mucho que vuelen las olas sobre mi barca, mi rumbo seguirá firme y en su dirección. Bien es cierto que muchas olas han movido mi embarcación y que en algún momento reciente he sentido que daba vueltas en círculo alrededor de un estanque.

Hoy miro a mi Daruma blanco, aun tuerto de un ojo, y esbozo una sonrisa feliz, que me hacen pensar que antes de que la última hoja del calendario caiga por fin nos podremos mirar a los ojos.

jueves, 18 de agosto de 2016

Noventa metros

El día que nacemos se convierte en una fecha señalada. Cada año celebramos que nuestra historia se ha perpetuado un año más, deseando nuestros ojos puedan ver como otros doce meses pasan ante nuestros ojos. Nuestro gran triunfo es permanecer vivos y celebramos haber exhalado nuestra primera bocanada de aire... hasta que el último suspiro brota de nuestros pulmones para apagar como una vela nuestra vida. En esta visión de la vida, vemos como el tiempo conforma una línea desde el día uno hasta el último. Una especie de mecha que se prende el día que nacemos y va recorriendo ese hilo hasta que un día explota.

Hace una semana una mecha llegó a su fin. Noventa metros de historia, con una vida llena de logros, sacrificio y una gran familia a sus espaldas. Noventa metros de experiencias y aventuras, empezando por India, pasando por Marruecos y acabando en las idílicas Canarias. Una vida completa... ¿Pero habrá sido plena?

Nos separan algo menos de sesenta años, y pienso que yo no conocía realmente a mi abuelo y que quizás tampoco sentía nada por él. Mis ojos derramaron lágrimas en su funeral, pero eran por los hijos que deja huérfanos y perdidos tras años dirigiendo sus vidas, pero ninguna fue por él. Pienso que mis primos y hermanos sentían lo mismo... y ello me hace pensar que la vejez es muy cruel, y más lo somos los jóvenes.

Algún día la mecha por la que transcurre mi vida estará tan raída como lo estaba la de mi abuelo, y quiero pensar que mis nietos querrán disfrutar y estar conmigo antes de que estalle, que yo seré capaz de tenerlos cerca... Supongo que son necedades de jóvenes... y al final el tiempo acabará dictando quién tenía razón. Si mi abuelo o yo.

miércoles, 10 de agosto de 2016

El templo de los masones

Las ruedas del avión se posan con brusquedad sobre la tierra de mi niñez, mientras mi mente en medio del sueño y la ensoñación se trasladan a un edificio que aun hoy se erige a un par de calles de mi antiguo hogar. Este edificio no es otra cosa que un templo de los antiguos masones que se habían establecido en mi ciudad. Lejos de esconderse, este edificio s colocaba ufano al lado de la iglesia, compitiendo en columnas y majestuosidad con ella y coronada al más estilo griego con una fachada triangular, que para terminar de rematar un ojo abierto observaba a todo aquel que pasara a través de su campo de visión.

Creo que un edificio tan particular y extravagante, rompiendo con la estética de la pequeña calle escondida, no podía sino emanar un aire mágico y misterioso, un magnetismo que hacía que cada día que pasara por enfrente suyo no pudiera sino devolverle la mirada al pétreo ojo que todo lo ve. He de reconocer que han habido días en los que me quedaba mirando desde los barrotes que impedían la entrada con detenimiento el edificio, imaginando los ritos y celebraciones que se debían hacer allí. Siempre he fantaseado con que los masones que un día habitaron ese edificio eran en realidad magos, brujos y encantadores que en oscuros ritos convocaban poderes mágicos y ancestrales pasados de generación en generación.

En días como hoy, donde la desesperación y la oscuridad se comen mi alma a bocados, se me antoja tentador visitar de nuevo este edificio, atreviéndome a saltar los barrotes que me separan de la puerta y sorprender a la nueva generación de encantadores que han seguido con el negocio familiar. Así al fin, podría comprar el remedio a la infelicidad que me embarga... ¿El precio? Ya habrá tiempo de negociar...

Un toque en el hombro me saca de mis fantasías. Una señora que quiere sacar su maleta del avión me insta a que me dé prisa por salir. No puedo evitar estremecerme, uno de sus ojos.... es como si fuera de piedra, como si fuera el del templo de los masones... La señora sonríe ligeramente... y me guiña su ojo de mirada pétrea.